No te preguntes cómo pasó algo, pregúntate cómo vas a responder, qué vas a hacer con eso que pasó. –Harold Kushner

La Naturaleza dice pocas palabras: El viento fuerte no dura mucho. La lluvia torrencial no cae durante mucho tiempo. Si las palabras de la Naturaleza no permanecen ¿Por qué habrían de hacerlo las del Hombre? – Lao Tse

Cuenta una vieja y conocida historia que dos monjes, Tanzan y Ekido, cuando regresaban a su monasterio les agarró una lluvia torrencial.

Al cabo de un rato, vieron que una mujer joven, vestida con un precioso kimono de seda, vacilaba en cruzar un pequeño torrente que bajaba de la montaña y había inundado por completo el camino.

Tanzan acudió en su ayuda, la cargó en sus brazos, atravesó la corriente y la dejó sana y salva al otro lado del camino. Ekido permaneció en silencio, visiblemente molesto, durante todo el resto del camino.

Por fin, cuando ya llegaban a la puerta del monasterio, Ekido soltó con ira toda su queja:

-Se supone que los monjes no deben tocar a las mujeres, mucho más si son bellas y jóvenes como la que tú cargaste sobre el agua. No sé cómo pudiste cometer una falta tan grave…

Su queja y sus palabras sorprendieron a Tanzan que se había olvidado por completo del incidente. Miró fíjamente a los ojos de Ekido y le dijo:

-Mira, yo dejé a la mujer allá al otro lado del camino cubierto por el agua. Pero parece que tú todavía la sigues cargando.

¿Cómo dejar de cargar? ¿Qué se puede hacer frente a la dificultad? ¿Cómo dejar ir el dolor que causa lo inesperado, lo no programado o lo que no queríamos? ¿Cómo soltar la incertidumbre, la angustia o la tristeza? ¿Cómo aceptar eso que llegó sin que nadie nos preguntara o nos pidiera autorización?

A veces no logramos entender por qué razón o motivo estamos viviendo una situación determinada, sobre todo en un contexto desfavorable. Nuestra mente se pone en un serio conflicto y genera juicios, culpa, cuestionamientos e interpretaciones. Es un mar de pensamientos que circulan a un ritmo acelerado y que parece que nunca van a ceder.

Hace poco recibí el mensaje de uno de nuestros suscriptores de mi sitio web www.davidmontalvo.com.mx quien me preguntaba sobre qué podía hacer para quitarse la angustia y la tristeza que estaba experimentando después de haber perdido a su mejor amigo.

Definitivamente no somos dueños de todo lo que sucede, pero sí de cómo reaccionamos frente a ello, de lo que retenemos y de lo que soltamos.

Al día de hoy no existen pastillas, recetas mágicas o fórmulas matemáticas para de un momento a otro dejar de sentir, sobre todo en esos momentos dolorosos. Pero sí conozco procesos que nos pueden ahorrar mucho tiempo de dolor y así acceder más rápido a la paz, a la calma espiritual y a la tranquilidad emocional. Bien dicen que “no es la dureza de la madera lo que le permite al sauce hacer frente a las tormentas, es su flexibilidad”.

Como lo he mencionado en mi nuevo libro «Los Elefantes No Vuelan»: Ninguna crisis es más fuerte que nuestra voluntad de cambio.

Dicho de otra manera, es trabajar desde adentro, en ese “juego interior”, es ir ajustando el guión de la película interna que se proyecta en nuestra mente, como lo menciona Michael Hall, autor de “Manual del cerebro para usuarios”; es ahí dentro, en donde podemos solucionar y sanar realmente lo necesario para mejorar el “juego exterior”.

Una de las primeras recomendaciones que le hice a esta persona, era que viviera su proceso de duelo como correspondía, pero que tuviera en mente el concepto de “dejar ir”.

Dejar ir es como la naturaleza del sauce, ser flexible. Es fluir, es entrar en sincronía con el Plan Perfecto de Dios, con el Universo, es quitar lo que estorba (aunque aparentemente sea bueno, como lo puede ser el mismo sentimiento de extrañar a alguien) y de esa manera permitirnos recibir todas las bendiciones que están a nuestro alcance.

No soltamos para olvidar o para dar carpetazo al pasado. Tampoco lo hacemos sólo para no tener tantas cosas archivadas o por aburrimiento. No se deja ir, sólo por falta de amor o de cariño a algo o a alguien. No se deja ir, para evitar toparnos con nuestra realidad.(de hecho es todo lo contrario).

Aprender a dejar ir es quitarle el poder negativo a esa situación que vivimos. Es desapegarnos de todo aquello que no nos deja avanzar o que ya no es, sin dejar de recibir la lección que eso nos arroja. Porque claro está, todas las experiencias tienen un mensaje que darnos, pero al recibirlo, lo importante es quedarnos con sus enseñanzas pero sin retener al mensajero.

Una amiga me compartía lo difícil que le estaba siendo mudarse a otra ciudad. Le pesaba darse cuenta de que debía abandonar muchas cosas, según me contaba, que representaban su trabajo, sudor y sacrificio de muchos años, como sus muebles, su automóvil, su departamento, su ropa.

Si alcanzamos a ver un poco de su mundo, su aparente “dolor” surgía al estar  enfocada totalmente al sentimiento, a la interpretación y al poder que le daba a sus cosas materiales. Sin eso, se sentía vacía.

Al final del día son sólo cosas y pueden o no estar, y realmente no pasa nada. Pero lo que a ella le importaba no eran las cosas en sí, sino lo que ella interpretaba en su mente, sobre todo en relación  a sus apegos.

Es como si llega una paloma mensajera a la puerta de nuestra casa, y después de recibir su noticia  la encerramos en una jaula. Esa paloma llegó con un propósito muy concreto, te dice lo que necesitas saber y después ella también tiene la posibilidad de volar a otros cielos. Por más que la quieras retener, ya estás forzando su propósito natural en tu vida.

Te lo explico de una forma más práctica, pensando en cualquier separación de pareja o de algún ser querido:

Si esa persona ya no está, duele y es muy válido. Por más cursos, conferencias o libros que te leas siempre está la esperanza de volver a verlo, abrazarlo, estar con él o con ella. Cuando a mí me preguntan qué siento cuando estoy con mi papá (que lleva más de siete años enfermo) te confieso que es una mezcla de emociones: mi parte humana y mortal me dice que me encantaría verlo sano, caminando, hablando y abrazándonos a todos.

Mi parte espiritual me dice que todo está bien, que él ya está en paz y listo para irse en cualquier momento, que nos lo han “prestado” por estos siete años más y eso para nosotros ya es un milagro. En este «dejar ir» prolongado, también hemos recibido muchas bendiciones y  papá hoy se ha convertido en un gran maestro que con su silencio, nos invita todos los días a valorar cada instante.

Vaya, dentro de esa despedida existen también valiosas oportunidades.

En este aprendizaje de soltar no es que lo humano esté peleado con lo espiritual o viceversa. De hecho debemos encontrar un balance en las dos áreas.

En una pérdida es importante reconocer que duele, pero también que esa persona (o experiencia o ciudad o trabajo) ya cumplió su misión o su ciclo en nuestra vida y que nos deja regalos importantes, aunque ya no “esté” de forma tan directa.

Existen ciertos mitos que nos complican soltar y por los cuales muchas personas siguen acumulando monumentos al pasado, y de esa forma se impiden emprender nuevas etapas.

Lo que mucha gente cree:

Mito: Es difícil, casi imposible:

Realidad: Sí así lo crees, así será. Desde luego que no es un proceso sencillo ni se da de la noche a la mañana, pero definitivamente colocas más piedras en el trayecto si tu atención y tu lenguaje están encaminados a que soltar es una labor titánica. Con la ayuda y disposición necesaria se vuelve más fácil de lo que crees.

Mito: Me siento culpable:

Realidad: La culpa paraliza. El sentirte culpable no te ayuda a que sea más sencillo, sino todo lo contrario. Normalmente no es tanto que nos preocupe el extrañar la experiencia, la cosa o a la persona, sino lo que más nos cuesta es perder el control, por eso nos resistimos tanto. Recuerda que en la vida nada te pertenece.

Mito: No voy a encontrar a nadie o nada igual

Realidad: Desde luego que no encontrarás nada ni nadie igual, porque precisamente es la idea. El estar comparando situaciones, posesiones o personas sólo nos esclaviza. Precisamente dejas ir porque te esperan nuevas y mejores oportunidades.

Mito: No sientes lo mismo que yo, por eso lo dices tan fácil

Realidad: A lo largo de estos últimos diez años he escuchado muchas veces esta típica excusa. La verdad es que nadie siente lo mismo que otro, pero tampoco por no sentir lo que el otro siente, uno deja de sentir (aunque parezca trabalenguas, es cierto). El proceso del “dejar ir” es muy similar en la mayoría de los seres humanos. No importa si los demás no te entienden o comprenden o si no sienten igual que tú. Lo que importa es que TÚ estés dispuesto a vivir de una forma extraordinaria y que vivas más ligero de equipaje.

Mito: Si lo suelto, no voy a soportar

Realidad: Si dejas ir difícilmente no te dolerá, a veces es menos, a veces es más. Lo que sí te garantizo es que si te das la oportunidad de sanar, esa experiencia cicatrizará y poco a poco desaparecerá (ojo, no el recuerdo, sino el dolor al recordarlo). No conozco persona que no se sienta mejor después de quitarse algo que le pesa tanto. Más vale un final (aunque sea un poco trágico) a una tragedia sin final.

Ya después de conocer los principales mitos tal vez tu pregunta sea: “¿Y ahora qué hago?”

Te comparto cuatro estrategias, mismas que he aplicado en mi propia vida y estoy seguro te pueden ser de luz en tu propio proceso:

1)    La regla de 3A: Acepta, agradece y abraza esa situación. Sea lo que sea que hayas vivido, es importante aceptar el tiempo que estuvo en tu vida, agradecer todo lo que te dejó y abrazar de corazón a corazón como símbolo de humildad. Cada vez que venga a tu mente ese evento simplemente recuerda y di en tu interior: Te acepto con todo lo vivido, te agradezco por el tiempo otorgado y te abrazo con el corazón, para dejarte ir.

2)    Sé honesto: ¡Si no sueltas el pasado, no ha pasado! Lo más importante cuando dejas ir es sincerarte contigo para aceptar que hay algo que soltar, asegurándote de que eso ya no cabe en tu vida y que ya es momento de despedirte. Es entender que la vida continúa, que todo es evolución y que hay que disfrutar el presente sin cargas innecesarias.

3)    Recibe el regalo que te deja esa experiencia: Detrás de toda situación difícil existe una bendición escondida. Siempre hay regalos dispuestos a ser abiertos por ti. Pregúntate: ¿Qué me llevo de esto que viví?

4)    Sé responsable con lo que viene: El camino sigue. No podemos quedarnos estancados viviendo en la añoranza o la nostalgia. Vive tu proceso de deja ir pero al mismo tiempo continúa visualizando lo que quieres para el resto de tu vida. ¿Qué aprendes de eso que viviste? ¿De qué forma puedes aplicar las lecciones? ¿Qué pasos hay que dar ahora para seguir construyendo tu presente?

Al final, desde la libertad de tu Ser, tú eliges de qué forma quieres vivir. Te la podrías pasar el resto de tu vida justificándote sobre lo difícil o complicado que es soltar lo que te duele o lo que sabes ya no ocupa lugar en tu corazón.

Dejar ir es un acto de amor, de compromiso y de responsabilidad con tu vida. Entre más responsable te hagas de la situación más sencillo será aliviar el dolor. Entre menos víctima seas de lo que te sucede, serás más libre.

Hoy es buen momento para replantear el camino y para aprender a deja ir: tu futuro te lo agradecerá.

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