Mi trauma de niño era nada más y nada menos que:

LAS MONTAÑAS RUSAS.

No me daban miedo, me daban PAVOR.

Sobre todo las que tenían loops. Cuando iba a los parques de diversiones prefería quedarme abajo y ver cómo los demás aparentemente se divertían. (Sí, lo sé. Me perdía la mejor parte).

Si por alguna extraña razón lograba subirme, trataba de cerrar los ojos para «sentir menos», sobre todo cuando escuchaba el taca taca taca mientras te iban subiendo al punto más alto para luego lanzarte al vacío (bueno…así lo percibía yo).

Era un sufrimiento total, hasta que llegaba a la pista de frenado y por fin…respiraba.

Hoy, después de algunos años, ya me reconcilié con ellas. No te voy a decir que me fascinan pero al menos ya me divierten y hasta las disfruto.

¿Por qué te cuento esto?

Porque a nivel personal, estos últimos meses han sido como una montaña rusa.

Y no, no es la típica metáfora que algunos plantean, de que así es la vida, con subidas o bajadas. No me refiero a eso.

Más bien que, interiormente he traído una auténtica montaña rusa que me ha movido y que me ha sacudido TODO. En el amplio sentido de la palabra.

No he querido evitarla (como lo hacía de niño), porque ya no quiero perderme de la mejor parte.

He aprendido muchísimo del proceso.

Siento que incluso nuestro planeta tierra ha estado en el mismo mood: fenómenos naturales, atentados, pérdidas significativas, situaciones políticas, desequilibrio económico.

Teníamos mucho tiempo de no sentir tanto miedo, incertidumbre, angustia, desesperación.

Eso de “2017 sorpréndeme” se cumplió a cabalidad.

Muchos me han dicho: «David, por favor, ya que se acabe este año». Mafalda lo expresaba también: “Paren este mundo, que me quiero bajar”.

(Eso mismo yo sentía arriba de la montaña rusa).

A nivel emocional, en ciertas etapas de la vida, muchos experimentamos movimientos bruscos.

Y hay que agradecerlos.

¿Agradecerlos?

Claro.

Es más, me atrevería a decirte que LO PEOR que nos puede pasar a ti y a mí es que LLEGUE LA CALMA instantánea y que manden nuestro coche a la pista de frenado.

Sí, seguramente eso “acabará” el martirio del acelere y el golpeteo en la montaña rusa, pero también nos puede llevar al conformismo, a la indiferencia, a la inercia.

Es algo así como decir:

«Venga, ya terminó la montaña rusa, ya volvamos a ser los mismos aburridos de siempre».

Entonces, ¿qué podemos hacer?

AGRADEZCAMOS, APROVECHEMOS Y APRENDAMOS de los jalones, las sacudidas, los estirones, los movimientos, la aceleración, el frenado, las vueltas, para modificar la forma de vivir.

Como lo dije en un correo anterior: La crisis es la excusa perfecta para reinventarte y para hacer cambios en tu vida.

Si ahorita te sientes con una montaña rusa interior, tranquilo, respira, ya pasará. Pero que porfavor, no se detenga tu carrito, sin antes obtener:

Una lección: ¿Con qué te quedas de esto que está pasando?
Una acción: ¿Qué necesitas hacer YA para que las cosas sean diferentes? ¿Qué has estado postergando?
Un compromiso: ¿A qué te sumas, a qué te unes, a qué te involucras?

Después de eso, ahora sí, que llegue la calma, el frenado y la tranquilidad.

No te prives de la increíble experiencia de vivir a conciencia el movimiento de una montaña rusa, que aunque es brusco, nos ayuda a remover lo que no necesitamos y a acercar lo que nos añade valor.

Tarde o temprano, estarás viviendo tu propia montaña rusa. No te bajes tan rápido, más bien, disfrútala y aprende de ella.

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